No soy ni aire, ni tierra, ni fuego, ni agua.
Soy una mezcla de sensaciones
que tiende al aire chispas de color rojo
a la tierra una brisa de verano
al fuego la tranquilidad de una gota
y al agua la fuerza de una marea.
Por todo eso
a ti te pido que escarbes mi tierra
y siembres semillas de palabras,
que me vueles como una cometa
virando de norte a sur cada mañana,
que me incendies los labios
con rescoldos de cigarros a medias,
y que me bañes en agua bendita
echándome una jarra por la cabeza
si hace falta.
Que eres mi balanza.
A mi me pido contar hasta diez,
respirar hondo cada media hora,
suspirar solo lo necesario,
decir todo lo que pienso
o casi todo,
y sacar la fuerza y el valor
para no cambiar todo eso que creo
que no les gusta a los demás
todas esas pequeñas cosas
que me convierten en ríos de silencios.
Cuando a veces no sé quién soy,
si soy aire, tierra, fuego o agua;
ni cómo ni dónde volver a ser
o incluso si he sido alguna vez,
cierro los ojos tan fuerte que quema.
Pero entonces me encuentro entre tus manos
ayudándome a encontrar mis zapatos
perdidos entre heridas de guerra
tan inconfesables como impunes.
No soy ni aire, ni fuego, ni tierra ni agua.
Y no lo seré porque en el fondo
sólo me gusta sentirme
algo etérea e hipnótica,
algo firme y resbaladiza
en la oscuridad de una habitación
que tiene las rendijas contadas
para que entre el sol.