martes, 18 de agosto de 2009

Mi aguja

Ella lo siente.
Siente esa aguja chiquitita,
invisible para los demás
clavada en sus entrañas
cuando se deja abrazar,
cuando el despertador se duerme.
Y sonríe.

A él le gusta observar
cómo se ondula su cuerpo
mientras se despereza.
Sus andares
al salir de la habitación
repleta de sueño
y de rutina,
hoy igual que ayer…
mañana igual que hoy…
Pero no le importa,
porque sabe que puede
descifrar las preguntas
y todas sus respuestas
pasando un dedo por su cuello
o paseando por su espalda.
Y los dos podrán entonces
soñar que no hay nada mejor
saber que no lo habrá
querer perderse.

Se encienden las razones
cada mañana
con cerillas de café bombón
y a las doce soplan las velas
para no incendiar cada paso
que el día es largo
y queda mucho por hacer.
Pero eso nunca impide
soñar que no hay nada mejor
saber que no lo habrá
querer perderse.

Ella sale corriendo de sí misma
día sí, día no,
sin hacer daño a nadie
quietecita y en silencio
mirándole a los ojos
cambiando besos por sueños
que le permitan no pensar,
sólo sentir.
Mientras, él se bebe el café
sorbito a sorbito
saboreando el olor a piel mojada
que ha dejado en los pliegues de su cuerpo.

Y es en ese momento,
sólo una décima de segundo
cuando él también siente
esa aguja chiquitita e invisible.
Y sonríe,
preparado para empezar un día más
sabiendo
que no será como los demás.