Hace un par de noches me crucé con una niña en la esquina de la calle Alburquerque. Una niña rubia, de enormes ojos verdes que lloraba en silencio y le faltaba un zapato. Un zapato de charol. Estaba sentada en un banco, balanceándose adelante y atrás sistemáticamente. Su vestido, rojo, con rayas blancas.
Lloraba en silencio. Los recuerdos le aterraban. Lo que está pasando aún le aterra. "No te han sabido escuchar, no te han sabido hablar, y mucho menos querer".
Se acordaba de su hermano, se veía reflejada su sonrisa en los ojos vidriosos. Lloraba por si es posible no sufrir, por si se puede no llorar, porque lo que sabía y lo que no. Había perdido su zapato en el camino de la adolescencia y nadie lo había encontrado. Nadie le había dado ni siquiera un calcetín para que el frío no se le escapara por los pies.
Entonces, en ese mismo instante en el que yo miraba y me reflejaba, una mano le ofreció una manta, su calor, muchos kilómetros de confesiones a los que aferrarse y un zapato de charol que hacía juego con su vestido a rayas.
lunes, 27 de septiembre de 2010
martes, 23 de marzo de 2010
El Punto de Inflexión
No puedo dejar de sentir cómo el corazón se me sale por la boca. La sangre bombea en mis venas, retumba en mi cabeza, con mucha más potencia de la necesaria y debida.
¿Impotencia?
- “No me lo creo…” - me dijo mirando al techo, tumbado en la cama como el soldado al que acaban de herir en plena batalla sin previo aviso.
Cuando me mira con esa cara entre decepción y una culpabilidad que no debería sentir.
- “Hay días en los que es mejor no hablar, y habrá otros en los que gritar será la única opción” – y mientras pronunciaba sus palabras más estudiadas, no cambió ni un ápice su postura, un brazo por en encima de la cabeza, el otro reposando en su pierna desnuda.
Es muy difícil hablar de manera normal, con un tono pausado, respiración lineal, lo típico. No sé ni siquiera si muchas veces somos capaces de unir las flechas que van desde la cabeza a la boca para salir en forma de sonido, tengan o no sentido.
- "Tú no gritas nunca, y quizás deberías”- dije yo a modo de defensa ridícula e infantil que no me llevaba a ningún sitio más que al descrédito de pasar la bola.
Entonces es cuando me lo exijo. Y me salen los fantasmas para tratar de arreglarlo. Sólo algunos. Te los echo injustamente y después me duermo.
- "Pero no te estoy mintiendo, eso te lo aseguro" – eso él nunca me lo perdonaría. Yo tampoco me lo perdonaría.
Y así, llegamos al punto de inflexión. Donde volvemos a empezar, donde los abrazos vuelven a ser los primeros, donde se confía sin mirar. Siempre se puede volver al punto de inflexión. Sólo hay que saber cómo mirar, aunque las miradas aún estén por crecer.
¿Impotencia?
- “No me lo creo…” - me dijo mirando al techo, tumbado en la cama como el soldado al que acaban de herir en plena batalla sin previo aviso.
Cuando me mira con esa cara entre decepción y una culpabilidad que no debería sentir.
- “Hay días en los que es mejor no hablar, y habrá otros en los que gritar será la única opción” – y mientras pronunciaba sus palabras más estudiadas, no cambió ni un ápice su postura, un brazo por en encima de la cabeza, el otro reposando en su pierna desnuda.
Es muy difícil hablar de manera normal, con un tono pausado, respiración lineal, lo típico. No sé ni siquiera si muchas veces somos capaces de unir las flechas que van desde la cabeza a la boca para salir en forma de sonido, tengan o no sentido.
- "Tú no gritas nunca, y quizás deberías”- dije yo a modo de defensa ridícula e infantil que no me llevaba a ningún sitio más que al descrédito de pasar la bola.
Entonces es cuando me lo exijo. Y me salen los fantasmas para tratar de arreglarlo. Sólo algunos. Te los echo injustamente y después me duermo.
- "Pero no te estoy mintiendo, eso te lo aseguro" – eso él nunca me lo perdonaría. Yo tampoco me lo perdonaría.
Y así, llegamos al punto de inflexión. Donde volvemos a empezar, donde los abrazos vuelven a ser los primeros, donde se confía sin mirar. Siempre se puede volver al punto de inflexión. Sólo hay que saber cómo mirar, aunque las miradas aún estén por crecer.
miércoles, 27 de enero de 2010
24
Cerró la puerta muy despacio.
Pensó que, al ser la última vez, si no hacía ruido, ella se sentiría menos sola. Como si fuera a volver a las 4 de la mañana, tropezándose con las cómodas y las sillas, apagando las luces que se dejaban encendidas a propósito.
Como todas las noches, dejó un vaso de agua en la mesilla y besó su frente antes de salir de la habitación de puntillas. Pero esta vez cerró la puerta muy despacio. Tan tan despacio que no sabe si llegó a cerrarla del todo, por si acaso...
Pensó que, al ser la última vez, si no hacía ruido, ella se sentiría menos sola. Como si fuera a volver a las 4 de la mañana, tropezándose con las cómodas y las sillas, apagando las luces que se dejaban encendidas a propósito.
Como todas las noches, dejó un vaso de agua en la mesilla y besó su frente antes de salir de la habitación de puntillas. Pero esta vez cerró la puerta muy despacio. Tan tan despacio que no sabe si llegó a cerrarla del todo, por si acaso...
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