sábado, 20 de junio de 2009

Hagamos un trato - Mario Benedetti

Cuando sientas tu herida sangrar
cuando sientas tu voz sollozar
cuenta conmigo.
(de una canción de Carlos Puebla)



Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.

Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.

Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.

No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.

lunes, 8 de junio de 2009

Experimentando II

Lucas se preguntó qué estaría haciendo Sofía aquí y cómo era posible el no haber reconocido su voz por teléfono, ni su mirada en la puerta del metro, ni sus ojos al primer golpe de vista en el “Manuela”. Tampoco se explicaba por qué tanto misterio. Por qué no había dicho directamente que era ella y que quería quedar con él. Probablemente no hubiera tenido tanta gracia y ella no habría estallado en carcajadas al ver su cara de asombro.

Siempre había hablado de ella como la persona más importante que había pasado por su vida, pero “no así, en plan blandito, que no todo es amor…”. Siempre la había definido como Mejor Amiga (siempre con Mayúsculas). Título que ostentaba hacía años y se había ganado a pulso ya que menudo elemento era Lucas. Hecho que parecía haber olvidado desde que Clara se coló por la puerta de su vida, y con ella los celos, las peleas, la pasión. Y esa sensación de descontrol que aún le invadía cada mañana cuando dejaba las legañas en la almohada y se iba dando tumbos en lugar de saltos mortales a la ducha.
Y, sobre todo, había olvidado el título de Sofía por una razón que no recuerda. Le pica la curiosidad pero una parte de su razón le aconseja no removerlo. ¿Se puede olvidar algo así? Tratándose de Lucas debe ser normal.



Inevitablemente, llegó el momento en el que nuestro hombre de las corbatas perfectas perdió la cuenta de las cervezas y los huesos de aceituna que pasaron por su boca. Desde hacía un buen rato se había teletransportado al pasado, un pasado que reposaba en la parte trasera de su cerebro y que creyó olvidado hasta que unos ojos lo trajeron de vuelta.
Recordó los aviones, los trenes, Roma, Venecia y Florencia. Recordó un idioma casi olvidado pero que no costó sacar de dentro, porque lo llevaba bien escondido. Más que nada por retarse a sí mismo, porque Sofía había aprendido español a la perfección en su estancia en Madrid que ya sumaba cuatro años. No había ninguna necesidad de chapurrear.
Hablaron y se rieron de sí mismos, de los otros, de los que no conocían. Compartieron confidencias que no habían contado a nadie en estos siete años y se miraron a los ojos con esa confianza que ni los años, ni los otros, ni los que no conocían ni las dudas lograron romper.

Sofía le miraba con los ojos bien abiertos. Su melena despeinada captaba su atención y él sabía que ella le reconocía las sonrisas de medio lado, los movimientos de las manos y los silencios. Entonces Lucas pronunció la frase que hizo que la mujer niña que tenía delante no le viera nunca más como el amigo-confidente compañero de batallas que siempre había sido, si no como lo que llegaría a ser...

-“Yo estoy sólo Sofía, sólo. Rodeado de gente y aún así vivo en soledad y me da miedo tanta gente y tanta soledad todo junto, me parece imposible. Clara era sólo una excusa y se sigue colando en mi mente la muy perra, no hay manera de sacarla, pero sé que estoy sólo…”-.

No tuvo más remedio que pasarle el dedo por la mejilla para secar una tenue lágrima que el hombre que se sentía todoterreno había dejado escapar sin darse cuenta. Es como cuando lloras de la risa, que no lo puedes evitar. Hay veces que las lágrimas se escapan porque han subido desde el nudo de la garganta hasta los ojos a la velocidad del rayo sin que te haya dado tiempo a contenerla, controlarla y, mucho menos, pensarla. Aunque tú no te sientes culpable porque al menos lo has intentado.

Y ella, que sabía cómo lidiar con esto y mucho más, cambió de tema después de pedir al camarero otro par de cañas. Porque aprendió a disfrazarse en cada momento y a utilizar el lenguaje adecuado para hacerle sentir bien. Y eso es como montar en bicicleta.

- “Venga tío, déjate de mariconadas que los dos sabemos como eres” – le dijo con tal tono fanfarrón que no podría ser descrito – “lo que tú necesitas es esta otra caña que te va a sentar genial y venirte la semana que viene a salvarme el culo de un proyecto de la universidad. No he visto nunca unas manos como las tuyas, aunque eso ya lo sabes”.

Sonrisa de medio lado. Bien. Esto funciona. Sofía está haciendo un gran trabajo.

- “Pero me vas a tener que pagar una pasta que mis manos valen millones”- dijo entre risas Lucas.

- “Sí, claro, no te lo crees ni tú. Anda, fantasma, tu hazme el favor y yo te invito a cenar, ¿Qué te parece?, además, puedo presentarte a un montón de gente, y chicas muy monas, a ver si me dejas ya de hablar de la Clara esta que me tienes…”- En momentos como éste nunca le falló un guiño y un pequeño codazo. Y ésta vez no iba a ser menos.

Y aceptó, una vez más entre risas, aunque no tenía muy claro para qué iba a servir ese proyecto, si era una excusa o una simple manera de retomar el contacto.



Lucas se dejó llevar de una manera que ya no recordaba. San Vicente Ferrer y la plaza del Dos de Mayo fueron testigos de una de las muchas parejas que se esconden en la noche para robarse algunos besos para que la espera de llegar a casa no se te eternice. Lo que los mirones de las terracitas no sabían era que estaba significando una primera y única vez para los dos.

Ella no se acordó de Nico. Y él no se acordó de Clara en lo que quedaba de noche. Ni de aquello que les hizo olvidar su título de Mejores Amigos con Mayúsculas. No lo necesitaban.

domingo, 31 de mayo de 2009

En una calle de Madrid


Me gusta
contar lunares,
deshacer enredos,
andar por San Bernardo
con las manos
llenitas de ganas.


También
revolverme la cama,
buscarte las cosquillas,
cansar las sábanas,
ver cómo se duermen
las horas.


Que dibujes
con exacta precisión
la curva de mi espalda
y el sabor de los silencios.

Gritarle a la noche
con los ojos bien abiertos
que no se pierda.
Que no se pierda.
Ni entre mis pies,
ni por tus manos,
ni por la rendija de la ventana
que nos permite respirar.

jueves, 21 de mayo de 2009

Experimentando

Hoy Lucas no se ha levantado dando un salto mortal como pensaba que solía hacer.
Se ha cagado en Hombres G. Porque no hay ni huevos ni sartén, no sabe hacer volteretas, se le ha acabado el gel y, encima, llega tarde a trabajar. Para variar. Y es que el lado de la pared de su cama lleva vacía más de un mes y piensa: “Y yo con estas tonterías”.
Le pincha el corazón, pero ya lo pensará luego, que de momento lo más importante es escoger la corbata adecuada y tomarse el zumito de naranja que tan bien le viene para la resaca (de la cual últimamente abusa más de lo aconsejable).
De camino al metro se encuentra con una morena de ojos color mar y cara de niña que se queda mirando sus manos, que sujetan un cigarro ya demasiado apurado.
-“Si es que soy más tonto….”-, piensa mientras saca el metrobús de la cartera. Y no la reconoce.

La línea 10 del metro últimamente funciona mucho mejor que de costumbre. Por eso probablemente aún no le hayan puesto de patitas en la calle, porque si dependiera de la confianza que deposita en su despertador estaría en casa viendo a Ana Rosa, Concha o cualquier otra señora en sus cuarenta, de buen ver pero un tanto insulsa.
Aunque, pensándolo bien, a lo mejor no le vendría tan mal. Y en ese momento decide que si algún día tuviera que hacerlo, vería la televisión sin sonido, porque escuchar gilipolleces como que el condón es malo (muy malo), o injusticias como que hay un monstruo en algún lugar de Austria (solo el reflejo de los miles de millones que hay sueltos por el mundo) y que las guerras son buenas si los medios lo justifican, casi mejor solo admirar a la mujerona de buen ver y que digan lo que quieran. Que para informarse hay otros medios mucho más eficaces. Las opiniones, que se las guarden.



La recepcionista es una chica joven, de cara ácida, de cara de sueño, como casi todos en esa maldita mole gris. Lucas intenta asociarlo a que ha sido madre hace un par de meses, pero eso ya le pasaba antes. Cree que es un problema de sus mundos interiores, que están podridos. Incluso puede que huelan igual que la basura de una semana acumulada en la cocina. Pero en vez de decirte “venga mujer, sonríe un poco que ha salido el sol y ya sabes, la primavera…”, le dirige una políticamente correcta sonrisa acompañada de un pequeño movimiento de mano, esa que la chica de los ojos color mar había observado con detenimiento. Todo el detenimiento posible a las 8 de la mañana de camino a la universidad después de una noche intensa en casa de Nico, el de los rizos dorados que nunca ha sabido follar pero que besa como nadie. Aunque Lucas no descubriría todo eso hasta dentro de unas horas cuando la chica reuniera el valor suficiente para desenterrar su teléfono del post it que dormitaba en su carpeta y decirle tajantemente que quería pintar sus manos y no aceptaría un no por respuesta. Pero sólo sus manos.


De momento Lucas se centra en su excusa. Creía que las había utilizado absolutamente todas y su jefe está, literalmente, hasta los cojones. Pero necesitan al hombre de la corbata siempre perfecta, no se sabe muy bien por qué, y Lucas no llega a comprenderlo. Como tampoco comprende lo de su cama.

Efectivamente, su jefe tiene la misma cara ácida que la recepcionista, pero a él sí que se tiene que enfrentar y no le vale con una simple sonrisa falsa. Eso no le impide fantasear con ser Edward Norton en “El Club de la Lucha”, pero en vez de autolesionarse se imagina dando una paliza de campeonato a Paul, porque “con ese nombre, como no iba a ser un auténtico cabrón”.
Aguanta el chaparrón durante 15 minutos, se levanta y se bebe de un trago el café solo ardiendo que luego le dejaría la lengua como una lija, pero le da bastante igual. Si ella aún estuviera en casa sería otra cosa. Probablemente no llegaría tarde, no le importarían las sonrisas falsas y tendría el lado de la pared de la cama ocupado cuando diera un salto mortal para salir de la cama dejando las ganas y las legañas en la almohada.
Entonces ella se coló en medio de sus pensamientos, como siempre, andando por su cabeza como cuando andaba por la casa silenciosamente; o como cuando se sentaba en el taburete de la cocina con los pies desnudos mientras bebía una copa de vino.

Y ocho horas delante del ordenador.

De las cuales sólo tres han sido aprovechadas en condiciones. Porque en la número dos:

- ¿Sí, dígame?

- Ehh, hola, ¿Lucas?

- Si, soy yo, ¿Quién es?

- Mira te lo voy a decir todo del tirón porque si no, no me voy a atrever. El caso es que tengo tu número por una historia muy larga que ya te contaré, eso en caso de que quieras quedar conmigo claro pero la cosa es que…

- No entiendo nada, ¿Quién eres?

- Que ya te lo explicaré. Te espero esta noche en el Manuela a las nueve, quiero pintar tus manos y de momento no te puedo decir más. Así que allí estaré esperándote, no acepto un no.

Y colgó.
No acepto un no. Esa frase retenida en esa voz le resultó muy familiar.



Lucas llegó a las nueve y cinco. Notó como unos ojos color mar se clavaron en su mirada de desconcierto. Era Sofía. La de la cara de niña. Se preguntó qué estaría haciendo aquí.

martes, 12 de mayo de 2009

Reloj de arena

"Quiero más - murmura -. Quiero una noche más, quiero más noches y, si te sobra, quiero algún día. "

"No usa reloj y ahora sé por qué: no le serviría. Su tiempo se mide en latidos".


Carlos Salem. Matar y guardar la ropa.




Me voy a quitar el reloj. Sí.
Lo pienso tirar al mar,
que se lo lleve la espuma.
Que los latidos me midan
y me despierten por la mañana.
Porque yo...

Así será más fácil encontrar
días que sobren,
que perder
detrás de tus pies de plomo
y preguntas inocentes
que se escondan entre cervezas.
Porque yo...

Soy yo
justo detrás de esa sonrisa
justo donde se acaba la razón
sólo donde empieza la guerra.

martes, 5 de mayo de 2009

...

Me estoy
mordiendo
los huecos...

por eso doy
bocados al aire.

Te estoy
guardando
las ganas...

por eso hoy
respiro mar.

sábado, 2 de mayo de 2009

About Dubai


Tengo en la retina una ciudad del futuro, fantasma, donde la gente no pasea por la calle y los coches son el único medio de transporte (hay dos millones de habitantes y cinco millones de coches). También una ciudad en construcción, una ciudad que ha ganado terreno donde no lo había a base de emplear paquistaníes e hindúes que trabajan de sol a sol por 200 dólares al mes pero eso, al menos, les salva de la miseria de su país.

Tengo en la cabeza cómo idolatrar a un jeque que al ver que en 20 años se queda sin petróleo necesita construir el rascacielos más grande del mundo, el centro comercial más grande del mundo, el hotel más caro del mundo… dando privilegios a sus nativos (que sólo son el 15% de la población de Dubai) tales como una casa a modo de ajuar. Esos mismos nativos que siguen ninguneando a las mujeres, pero encima, debemos dar las gracias porque hace 20 años, cuando allí sólo había desierto, no podían ni siquiera hablar en público.

Tengo en la cabeza toda la información recogida para que no se olvide. Que no se olvide que Dubai es un emirato árabe rico, donde se vive bien, no se pagan impuestos y las autovías tienen no menos de seis carriles en cada sentido. Donde las mujeres llevan túnicas y velos negros de Versace y se meten a la piscina con ropa (sólo las más atrevidas) mientras caminan al lado de su hombre que enseña todo ese cuerpo que ella se tapa, y muy orgulloso de ello.

Tengo el desierto y su luz en el fondo de mis ojos para que no se marche, le haré un hueco todas las noches y veré la puesta de sol desde las dunas vestida de beduina en tonos rosas verdes y naranjas. Así que si alguien me quiere acompañar os dejo la puerta abierta.