martes, 13 de octubre de 2009
otoño
esta mañana
al despertarse las sábanas.
Llegó hasta las caderas,
pasando por las rodillas
con el sol de mediodía.
Luego siguió por la espalda
como un escalofrío,
un dedo en mi espalda.
Y, al llegar la tarde
se me enfrió el pecho
desnudo de marañas.
Por la noche,
se me hincharon los ojos
de llorar historias...
Y así
seguimos...
Hasta mañana.
martes, 8 de septiembre de 2009
*
No soy ni aire, ni tierra, ni fuego, ni agua.
Soy una mezcla de sensaciones
que tiende al aire chispas de color rojo
a la tierra una brisa de verano
al fuego la tranquilidad de una gota
y al agua la fuerza de una marea.
Por todo eso
a ti te pido que escarbes mi tierra
y siembres semillas de palabras,
que me vueles como una cometa
virando de norte a sur cada mañana,
que me incendies los labios
con rescoldos de cigarros a medias,
y que me bañes en agua bendita
echándome una jarra por la cabeza
si hace falta.
Que eres mi balanza.
A mi me pido contar hasta diez,
respirar hondo cada media hora,
suspirar solo lo necesario,
decir todo lo que pienso
o casi todo,
y sacar la fuerza y el valor
para no cambiar todo eso que creo
que no les gusta a los demás
todas esas pequeñas cosas
que me convierten en ríos de silencios.
Cuando a veces no sé quién soy,
si soy aire, tierra, fuego o agua;
ni cómo ni dónde volver a ser
o incluso si he sido alguna vez,
cierro los ojos tan fuerte que quema.
Pero entonces me encuentro entre tus manos
ayudándome a encontrar mis zapatos
perdidos entre heridas de guerra
tan inconfesables como impunes.
No soy ni aire, ni fuego, ni tierra ni agua.
Y no lo seré porque en el fondo
sólo me gusta sentirme
algo etérea e hipnótica,
algo firme y resbaladiza
en la oscuridad de una habitación
que tiene las rendijas contadas
para que entre el sol.
martes, 18 de agosto de 2009
Mi aguja
Siente esa aguja chiquitita,
invisible para los demás
clavada en sus entrañas
cuando se deja abrazar,
cuando el despertador se duerme.
Y sonríe.
A él le gusta observar
cómo se ondula su cuerpo
mientras se despereza.
Sus andares
al salir de la habitación
repleta de sueño
y de rutina,
hoy igual que ayer…
mañana igual que hoy…
Pero no le importa,
porque sabe que puede
descifrar las preguntas
y todas sus respuestas
pasando un dedo por su cuello
o paseando por su espalda.
Y los dos podrán entonces
soñar que no hay nada mejor
saber que no lo habrá
querer perderse.
Se encienden las razones
cada mañana
con cerillas de café bombón
y a las doce soplan las velas
para no incendiar cada paso
que el día es largo
y queda mucho por hacer.
Pero eso nunca impide
soñar que no hay nada mejor
saber que no lo habrá
querer perderse.
Ella sale corriendo de sí misma
día sí, día no,
sin hacer daño a nadie
quietecita y en silencio
cambiando besos por sueños
que le permitan no pensar,
sólo sentir.
Mientras, él se bebe el café
sorbito a sorbito
saboreando el olor a piel mojada
que ha dejado en los pliegues de su cuerpo.
Y es en ese momento,
sólo una décima de segundo
cuando él también siente
esa aguja chiquitita e invisible.
Y sonríe,
preparado para empezar un día más
sabiendo
que no será como los demás.
martes, 7 de julio de 2009
Lucha de gigantes...
Cuando tu madre llega a casa echando pestes por la boca de la vida y se te cansan los domingos que te tienen encajada entre sentimientos. Y te pones a llorar. Siempre. Pero en silencio. Porque trece años son muy pocos para aguantar todo eso. Que las lágrimas y los silencios a veces duelen mucho más que los gritos. Y sacar fuerzas todas las mañanas montándote en zapatillas heredadas, soñando con los tacones de tu madre, rebañando su sonrisa por las esquinas.
No quieres llorar pero no puedes gritar tampoco, ni decirle a tu madre lo que sientes, ni abrazarla para que el dolor remita, o se esconda, o que haga lo que le de la gana pero que os deje en paz.
No se puede luchar contra lo que no crees.
Si no crees en la suerte, ni en Dios, ni en la bondad, pero tampoco en la maldad, ni en las sonrisas, ni en las miradas furtivas…. No puedes luchar contra ello para hacerte débil, humana, para poder sentir de una vez. Que es lo que ella pretendía llegar a ser, a sus 35 años, llena de borracheras y polvos que no son más que eso. Sin esas palabras que le traspasen la ropa, seguirá sintiéndose incolora y sin sabor.
Tampoco puedes luchar contra lo que no has tenido porque no sabes lo que es.
Cuando alguien te abrace, te acaricie el pelo y diga que las cosas se solucionarán aunque sea mentira, y gorda, entonces, podrás empezar a luchar contra tus mundos interiores. Esos que la gente mira con desconfianza cada mañana en el metro.
Y en ese mismo momento, cuando lo consigas, le tatuarás en la espalda con tus manos una frase que se te quedó grabada hace años:
“Que si quieres, puedo intentar volar,
para llegarte rota y que me pegues los trocitos a mordiscos”.
Para que le traspase la piel.
sábado, 20 de junio de 2009
Hagamos un trato - Mario Benedetti
Compañera,
usted sabe
que puede contar conmigo,
no hasta dos ni hasta diez
sino contar conmigo.
Si algunas veces
advierte
que la miro a los ojos,
y una veta de amor
reconoce en los míos,
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro;
a pesar de la veta,
o tal vez porque existe,
usted puede contar
conmigo.
Si otras veces
me encuentra
huraño sin motivo,
no piense que es flojera
igual puede contar conmigo.
Pero hagamos un trato:
yo quisiera contar con usted,
es tan lindo
saber que usted existe,
uno se siente vivo;
y cuando digo esto
quiero decir contar
aunque sea hasta dos,
aunque sea hasta cinco.
No ya para que acuda
presurosa en mi auxilio,
sino para saber
a ciencia cierta
que usted sabe que puede
contar conmigo.
lunes, 8 de junio de 2009
Experimentando II
Siempre había hablado de ella como la persona más importante que había pasado por su vida, pero “no así, en plan blandito, que no todo es amor…”. Siempre la había definido como Mejor Amiga (siempre con Mayúsculas). Título que ostentaba hacía años y se había ganado a pulso ya que menudo elemento era Lucas. Hecho que parecía haber olvidado desde que Clara se coló por la puerta de su vida, y con ella los celos, las peleas, la pasión. Y esa sensación de descontrol que aún le invadía cada mañana cuando dejaba las legañas en la almohada y se iba dando tumbos en lugar de saltos mortales a la ducha.
Y, sobre todo, había olvidado el título de Sofía por una razón que no recuerda. Le pica la curiosidad pero una parte de su razón le aconseja no removerlo. ¿Se puede olvidar algo así? Tratándose de Lucas debe ser normal.
Inevitablemente, llegó el momento en el que nuestro hombre de las corbatas perfectas perdió la cuenta de las cervezas y los huesos de aceituna que pasaron por su boca. Desde hacía un buen rato se había teletransportado al pasado, un pasado que reposaba en la parte trasera de su cerebro y que creyó olvidado hasta que unos ojos lo trajeron de vuelta.
Recordó los aviones, los trenes, Roma, Venecia y Florencia. Recordó un idioma casi olvidado pero que no costó sacar de dentro, porque lo llevaba bien escondido. Más que nada por retarse a sí mismo, porque Sofía había aprendido español a la perfección en su estancia en Madrid que ya sumaba cuatro años. No había ninguna necesidad de chapurrear.
Hablaron y se rieron de sí mismos, de los otros, de los que no conocían. Compartieron confidencias que no habían contado a nadie en estos siete años y se miraron a los ojos con esa confianza que ni los años, ni los otros, ni los que no conocían ni las dudas lograron romper.
Sofía le miraba con los ojos bien abiertos. Su melena despeinada captaba su atención y él sabía que ella le reconocía las sonrisas de medio lado, los movimientos de las manos y los silencios. Entonces Lucas pronunció la frase que hizo que la mujer niña que tenía delante no le viera nunca más como el amigo-confidente compañero de batallas que siempre había sido, si no como lo que llegaría a ser...
-“Yo estoy sólo Sofía, sólo. Rodeado de gente y aún así vivo en soledad y me da miedo tanta gente y tanta soledad todo junto, me parece imposible. Clara era sólo una excusa y se sigue colando en mi mente la muy perra, no hay manera de sacarla, pero sé que estoy sólo…”-.
No tuvo más remedio que pasarle el dedo por la mejilla para secar una tenue lágrima que el hombre que se sentía todoterreno había dejado escapar sin darse cuenta. Es como cuando lloras de la risa, que no lo puedes evitar. Hay veces que las lágrimas se escapan porque han subido desde el nudo de la garganta hasta los ojos a la velocidad del rayo sin que te haya dado tiempo a contenerla, controlarla y, mucho menos, pensarla. Aunque tú no te sientes culpable porque al menos lo has intentado.
Y ella, que sabía cómo lidiar con esto y mucho más, cambió de tema después de pedir al camarero otro par de cañas. Porque aprendió a disfrazarse en cada momento y a utilizar el lenguaje adecuado para hacerle sentir bien. Y eso es como montar en bicicleta.
- “Venga tío, déjate de mariconadas que los dos sabemos como eres” – le dijo con tal tono fanfarrón que no podría ser descrito – “lo que tú necesitas es esta otra caña que te va a sentar genial y venirte la semana que viene a salvarme el culo de un proyecto de la universidad. No he visto nunca unas manos como las tuyas, aunque eso ya lo sabes”.
Sonrisa de medio lado. Bien. Esto funciona. Sofía está haciendo un gran trabajo.
- “Pero me vas a tener que pagar una pasta que mis manos valen millones”- dijo entre risas Lucas.
- “Sí, claro, no te lo crees ni tú. Anda, fantasma, tu hazme el favor y yo te invito a cenar, ¿Qué te parece?, además, puedo presentarte a un montón de gente, y chicas muy monas, a ver si me dejas ya de hablar de la Clara esta que me tienes…”- En momentos como éste nunca le falló un guiño y un pequeño codazo. Y ésta vez no iba a ser menos.
Y aceptó, una vez más entre risas, aunque no tenía muy claro para qué iba a servir ese proyecto, si era una excusa o una simple manera de retomar el contacto.
Lucas se dejó llevar de una manera que ya no recordaba. San Vicente Ferrer y la plaza del Dos de Mayo fueron testigos de una de las muchas parejas que se esconden en la noche para robarse algunos besos para que la espera de llegar a casa no se te eternice. Lo que los mirones de las terracitas no sabían era que estaba significando una primera y única vez para los dos.
Ella no se acordó de Nico. Y él no se acordó de Clara en lo que quedaba de noche. Ni de aquello que les hizo olvidar su título de Mejores Amigos con Mayúsculas. No lo necesitaban.
domingo, 31 de mayo de 2009
En una calle de Madrid
contar lunares,
deshacer enredos,
andar por San Bernardo
con las manos
También
revolverme la cama,
buscarte las cosquillas,
cansar las sábanas,
ver cómo se duermen
Gritarle a la noche
con los ojos bien abiertos
que no se pierda.
Que no se pierda.
Ni entre mis pies,
ni por tus manos,
ni por la rendija de la ventana
que nos permite respirar.