Después de más de un mes fuera vuelvo para contaros mis peripecias. Resumidas, claro, no puedo contar todo lo que he visto y oído en 12 días en Honduras y 17 en Bolivia porque nos volveríamos locos. Pero puedo intentar que os hagáis una idea.
Honduras.
15 de junio. 35 grados centígrados y 85% de humedad relativa. Según salgo del aeropuerto empiezo a sudar y se me pega la ropa al cuerpo. Llueve, pero no importa porque el cansancio nos puede.
Primero visitamos Morazán y el Hogar Materno en el cual las mujeres que viven en zonas rurales muy alejadas descansan los días antes de dar a luz. Tuvimos la suerte de entrevistar a las chicas que allí se alojaban (eran todas chicas jóvenes, la más mayor de 23 años, que iba a dar a luz a su segundo hijo) y que nos contaran sus experiencias, inquietudes y que les gustaría seguir estudiando donde lo dejaron.
Entrevista a una de las beneficiarias del hogar materno infantil
También visitamos la Bahía de Tela y a las comunidades garífunas de Tornabé, San Juan, Miami y Triunfo de la Cruz. Descubrimos este pedacito de África bañado por el caluroso mar Caribe, sus playas vírgenes, su gente -tan abierta y alegre-, sus costumbres, comimos machuca con sopa de pescado y entrevistamos a jóvenes, doctores y las responsables del centro Natalie Johnsson de afectados e infectados por el virus VIH/Sida. Alegres, ante todo alegres. Los niños sonríen la situación que les ha tocado vivir. Todo de la mano de ENMUNEH (Enlace de mujeres negras de Honduras).
Niña en el centro Natalie Johnsson para afectados e infectados de VIH/Sida
De allí nos fuimos a Ceiba, la tercera ciudad más grande de Honduras. Estuvimos en todo momento arropados por el personal de la Casa Ixchel, casa refugio para mujeres en grave peligro por violencia doméstica. Pudimos hablar con ellas, con las capacitadoras voluntarias de las comunidades en temas de violencia doméstica, VIH/Sida y embarazos en adolescentes. Tuvimos la suerte de conocer a esas mujeres que se han hecho un poquito más fuertes y autosuficientes durante su estancia en la Casa Ixchel; de charlar con afectados de VIH y cómo viven su situación en Honduras, pasando por los estigmas, la discriminación y los peligros, y de que el doctor Sergio Flores, director del Centro de Atención Integral para pacientes con VIH compartiera su visión de la educación con nosotros; así como comprobar hasta qué punto los jóvenes hondureños están sensibilizados y solidarizados con la situación de su país.
Vistas de las calles de Ceiba
Bolivia.
1 grado. El frío se nos mete en los huesos y no quiere salir, pero se olvida cuando bajamos desde el aeropuerto de El Alto hasta La Paz viendo cómo ha crecido una ciudad en las laderas de una montaña. La Paz, siempre vigilada por el Illimani, nos envuelve. El soroche nos da dolor de cabeza pero todo se atenúa un poco con los cuidados de David Lanza (siempre gracias por su trato), ibuprofenos y mate de coca. Comienza nuestra aventura.
Vistas de La Paz desde la carretera que baja de El Alto
Visitamos el Lago Titicaca y la Isla del Sol en un viaje en el que conseguimos entrar 7 personas en un taxi normal, es decir, de 5 plazas. Las vistas son impresionantes, y más al atardecer. No se ve el fin, es como si nos encontráramos ante un océano en lugar de un lago, lago que acaba en Perú.
El Lago Titicaca
Visitamos los proyectos de medicusmundi madrid en la zona del Beni (Rurrenabaque), cómo se ha conseguido llevar agua a las comunidades más alejadas y se han podido construir letrinas en las escuelas; conocimos la selva amazónica en Madidi y comprobamos que los hebreos estaban por todas partes.
Posta de Salud de Ratije
Volvimos a La Paz para perdernos en sus calles e intentar sobrevivir al tráfico infernal amenizado por personas disfrazadas de cebra que enseñan a cruzar las calles.
Cebras que te enseñan a cruzar en La Paz
Visitamos la ciudad colonial de Potosí, la Casa de la Moneda y las minas de Cerro Rico, en explotación desde 1651, cuyos mineros tienen una esperanza de vida de 35 años y mascan coca sin parar, a 45 grados en el interior de la mina.
Una cholita con pollera (vestimenta típica)
Nos asombramos con el Salar de Uyuni: no hay palabras que lo describan - mejor una foto-. Y nos volvimos cargados de artesanía e historias, unas graciosas, otras no tanto y de experiencias que los bolivianos (austeros, amables y honrados) han querido compartir con nosotros.
El Salar de Uyuni
Dos viajes de los que merece la pena el cansancio, las caminatas, el calor o el frío, las horas de viaje en coches demasiado pequeños o con poco espacio. Porque las experiencias y el intercambio, no tienen precio.
q bonito ana! estoy segura que ha sido toda una experiencia que te va dejar marcada de por vida!
ResponderEliminarmua